Crónica: El pequeño país

De entrada, el vasto panorama que ofrece Corferias parece agotador, es casi un barrio entero por recorrer, pero que importa, si en un barrio puedo recorrer y conocer lo más representativo de Colombia. De repente, me viene a la memoria, la voz elegante y adornada de Andrés López, no el comediante, sino el Director de este barrio, cuando me dijo con un acento entre fingido y convencido que quien visitara la Feria de las Colonias, tendría la oportunidad de "recorrer Colombia en un sólo día". Me decido, voy a recorrer la Feria con el único cometido de comprobar si las palabras del elocuente señor López son verdad.
El río Magdalena de este pequeño país no es de agua, es de gente que va de pabellón en pabellón, algunos a conocer, otros a reencontrase con algo de su patria chica.
Las cordilleras son reemplazadas por rampas interminables que conducen a los habitáculos más altos. La selva está en un pequeño pabellón, donde resuena la música aborigen y donde el olor transporta a un lugar místico y único. El campo está en otro, una pequeña muestra de lo que es el interior del país, con la diferencia de que en esta diminuta nación, no hay guerra, todo parece ser alegría.
A lo lejos, cerca de la entrada se puede ver un pedazo de llano, una manga de coleo, que por hoy está cerrada, esperando que llegue el viernes para revivir en la capital la alegría y emoción que produce este deporte autóctono de los llanos.
Por las calles de concreto que conectan estos "seudodepartamentos" se ve ir y venir gente de muchas razas, algunos de una belleza increíble, otros con cara de extraneza de encontrarse en el país más pequeño del mundo por unos días.
Empiezo por recorrer el pabellón ocho, en el primer piso, a la entrada, un letrero anuncía que está destinado a Cundinamarca, hago cuentas, pero hasta donde creo, Corferias no tiene treinta y dos pabellones, y si los tiene, me espera un agotador recorrido. Quizás no tanto como el de los jornaleros en el eje cafetero después de recoger el apreciado grano, o el de los "puros criollos" en el llano, cuando llevan las reses de un lugar a otro, pero en definitiva el recorrido parece ser largo.
En el pabellón de Cundinamarca, la gente va y viene, es fácil ir de Zipaquirá a Melgar, sólo hay que dar dos pasos. La distancia entre Girardot y Chía se reduce a unos 20 metros, la gente se asoma alegre entre los stands para saludar y, casi siempre, ofrecer un producto; los caminantes observar cosas curiosas, como un masajeador anti stress hecho de tagua y cobre o poetas artesanales que venden sueños en manillas y collares. Recuerdo a García Márquez. "Después dicen que Gabo se inventó Macondo".
Encima de Cundinamarca se establece un departamento místico, sus fronteras son dos gigantes velos púrpuras y su gobernador es un hombre de tez morena aferrado a una cruz, sangrante y con cara de ausencia. Tardo en comprender, es el Señor de los Milagros de Buga y a su alrededor, en pequeños e improvisados altares, otras imagenes reciben su merecido homenaje, La Inmaculada Concepción, Nuestra Señora de la Salud de Bojacá, el Divino Niño y todo un ejército de imágenes religiosas que reciben a los visitantes que fervorosos se arrodillan pidiendo favores o simplemente agradeciendo, dicen presente en esta representación de la fé de toda una nación.
En otro pabellón se resumen los departamentos. Así que es facil ir y venir entre, Cauca, Risaralda, Valle, Quindío, Casanare; es más, en este remedo de país, no hay que nadar, tomar un avión o pagar impuestos para llegar a San Andrés, donde a ritmo de reggae y soca se ofrecen productos típicos de la isla. Tan pronto como se entra a este complejo, Carlos, un hombre de sombrero, pantalón "remangao" y cuatro en la mano, da la bienvenida entonando cantos de la Orinoquía y por todo el pabellón, vallunos, caldenses, boyacenses, llaneros, risaraldenses y muchos otros personajes venidos de todo el territorio se mezclan en un pequeño ideal de país. ¿No era este el ideal de Simón Bolívar?, una patría unida, donde las diferencias son espejismos.
Más atrás, en un pabellón, Taitas, adivinos, delfines rosados de madera, gente de gran sabiduría esperan para compartir un poco de conocimiento con los visitantes, aquí los problemas no existen, toda clase de remedios, infusiones y pomadas están dispuestas para ayudar y al fondo se escucha una música que ofrenda a la madre naturaleza, que nos recuerda de donde venimos y quizás, para donde vamos. Entre toda esta gente, un hombre de cabello largo y blanco, con un sombrero alto sin alas y una bata alba, sobresale. Es el Taita Daniel, lleno de ese encanto propio de su gente, los indígenas Kuankuamos, se acerca y me dice que es hora de reencontrarnos con nuestras raíces, con nuestro origen, porque es tiempo de volver a la madre tierra en lugar de hacerle daño.
Así recorro casí todo el país, porque lamentablemente, como reflejo de la realidad nuestra fuera de Corferias, acá no llegaron departamentos como Arauca y Chocó, es una lástima, hay emberas, kuankuamos y muchos otros, pero no se ven wayues.
El recorrido ha llegado a su final. Estoy tan agotado como si hubiera subido la Sierra Nevada o corrido por todo San Agustín. Pero valió la pena. Este pequeño espejo de Colombia, es realmente bello, y aunque faltan muchas cosas para de verdad recorrer el país en un sólo día, vale la pena acercarse a la sabiduría de indígenas como el Taita Daniel, a la alegría de llaneros como Carlos con su cuatro o simplemente a la fé, encontrándose con El Señor de los Milagros o caulquier otro integrante de esta comitiva milagrosa.
Quizás falta algo para de verdad recorrer Colombia en un sólo día, pero lo realmente importante es que eventos como este, ayudan a construir país, un país que necesita dejar de sangrar.
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