Santa Rosa de Osos - Hoyo Rico
Terminado el receso de nuestras andanzas, debido al paréntesis espiritual que nos brinda la Semana Santa, reiniciamos la gratificante costumbre de admirar la naturaleza regresando al norte de nuestro departamento, para cubrir la ruta bautizada “aleación de oro y tomates de árbol”.
Con el fogoso espíritu de siempre, gratinado por la belleza de la vecina que nos correspondió en el metro, llegamos a la Terminal del Norte. Allí nos esperaba Luis Fernando, quien todavía conservaba en su rostro las huellas de su apacible y reconfortante paseo a la isla de Cuba, con la compañía de “la flaca” su inseparable esposa.
Luego del bullicioso saludo y de comprar los tiquetes para la buseta de las 7 y 15, pasamos a uno de los tantos quiosquitos para quedar en manos de Andrea, quien muy amablemente nos sirvió tintitos, periquitos y para brindar por el reencuentro de a medio buñuelote para cada uno. Ya en la plataforma abordamos la buseta de Coopetransa No. 243, no sin antes posarle al conductor de la misma, quien muy acucioso se nos ofreció para hacer realidad el momento Kodak, y bien que lo hizo.
Cómodamente instalados en las sillas delanteras, la primeras que vemos dotadas con cinturones de seguridad, iniciamos nuestro viaje a la ciudad de Santa Rosa de Osos, llevando como vecina a una encopetada señora, que además de resultarnos caminante, nos hizo caer el carriel, pues con mucha propiedad nos dijo que la caminata que pensábamos hacer no pasaba de una hora, por fortuna resultamos mas lentos que ella y la hicimos en cinco.
En par horas llegamos a la Terminal de Santa Rosa en donde fuimos recibidos por una agradable mañana y por los encantos femeninos de una compañera de viaje. Para desayunar escogimos el restaurante Pollo Rico, porque cliente agradecido no olvida palillo de dientes. Allí tuvimos la fortuna de ser atendidos por Natali, quien como buena guía, como la canción aquella, nos mostró el menú y nos vaticinó el triunfo del Nacional frente a Millonarios. No se hizo esperar el combinado de huevos revueltos, porción de arroz, una muestra dietética de chicharrón (por lo delgadito) arepa y chocolate con una pizca de vainilla. Después de cambiarle a Natali la propina por elogios y flores, nos fuimos para la plaza principal, Simón Bolívar, para que Caliche se desahogara con sus tomas fotográficas; mientras tanto, nosotros entrábamos a la catedral Nuestra señora del Rosario de Chiquinquirá, de estilo ecléctico, construida entre los años 1866 y 1890 a rezar nuestras segundas oraciones del día.
De regreso a la troncal del norte pasamos por el hotel Cortejo Imperial, que lo conforma un moderno edificio de 5 pisos. Ubicados sobre la troncal nos devolvemos un kilómetro para buscar las partidas para la vereda Malambo. La carretera es destapada pero en buen estado, bordeada por pinos, laureles, eucaliptos y el infaltable tomate de árbol, el fruto mas cultivado en esta región por su buen mercado en el exterior. Hacen igualmente su aparición las pinchadas holstein exhibiendo sus enormes ubres, con las que tienen convertido a este llano de Ovejas en la zona más lechera de Antioquia.
Desde el comienzo Luis Fernando tomó la palabra y el camino para contarnos sobre su viaje a Cuba, con pelos y señales, y al son de puros, ron y boleros nos traslado a los encantos naturales de la mayor de las Antillas.
En un abrir y cerrar de zurriagos llegamos al corregimiento de Malambo, un encantador paraje, conformado por florecidas casas campestres que le hacen la calle de honor a la capilla de Santa Ana en donde un dulce aviso reza: “Bienvenidos, mi corazón te espera”
Dejamos atrás el caserío y volvemos a la carretera destapada, no sin antes oír las indicaciones de un lugareño para encontrar el camino de herradura que nos llevaría a Hoyo Rico. A los dos kilómetros encontramos el río Guadalupe y la quebrada Playas, así como un paraje conformado por enormes rocas, que convierten a este sitio en un lugar ideal para realizar películas de pistoleros al mejor estilo del oeste gringo.
Fue la Milagrosa quien nos dio la mano, enviándonos a Argemiro Pérez, un agricultor que iba para su casa, quien no solamente nos mostró el camino sino que nos acompaño por el sendero que nos llevaría primero a la mina de oro Veta Vieja y luego al camino que conduce a Hoyo Rico. Si Argemiro no aparece quien sabe en donde hubiera caído el globo, por lo que lo recibimos con bombón en mano, gesto que el nos retribuyó con un maduro tomate de árbol para cada uno, de los producidos en el cultivo que está recuperando luego de que las heladas de enero arrasaran con la producción de toda esta zona.
Hacía tiempo que no caminábamos por caminos de herradura en medio del bosque y bordeando la quebrada Playas. En el trayecto encontramos un socavón abandonado, de unos 80 metros de profundidad, de donde extraían el oro. Igualmente pasamos cerca de morros con vocación volcánica, convertidos hoy en depósitos de tierra colorada, la misma que se procesa para extraer el metal precioso.
Muy rápido llegamos a las instalaciones de la mina Veta Vieja, allí la tierra se pulveriza con pisones que son movidos por una enorme rueda Pelton movida por agua y construida en el mismo lugar con buena dosis del ingenio paisa. El caldo amarillento conformado por arena y agua pasa a las marmitas donde por fuerza centrífuga se separa el metal, el cual termina con el proceso a base de mercurio.
Continuamos la marcha llevando como guía a Argemiro, quien inclusive se desvía de su ruta para llevarnos hasta el camino que nos conduciría a Hoyo Rico, el cual encontramos cerca de la famosa capilla de San Antonio, que desafortunadamente encontramos cerrada. Allí nos despedimos de nuestro guía, quien con su actitud nos demostró, una vez más, que la amabilidad y sentido de colaboración de la mayoría de nuestros campesinos, siguen intactos.
Dejamos el camino de herradura y volvemos a una estrecha carretera empedrada, que nos lleva por hermosos parajes, bañados por riachuelos que corren serenos y silenciosos. Luego de otra hora de camino nos encontramos la cúpula de la iglesia del corregimiento de Hoyo Rico, al cual se entra pasando por un arco en cuya cima se alza imponente la figura de la Milagrosa.
Hoyo Rico es un poblado conformado por una larga calle, adornada con niños que juegan a la cuerda y con los preciosos ojos de Luisa María, una niña de 3 años que nos encontramos en el quicio de su casa. Casi al frente está la casa donde el 29 de julio de 1883 nació Miguel Ángel Osorio, más conocido como Porfirio Barba Jacob.
Entramos a la iglesia de la Santísima Trinidad, en reparación total debido al deterioro que presenta. Nos llamó la atención porque es la única que no tiene alcancías. De allí pasamos a una tienda sin nombre conocido para refrescarnos con malticas y la obligada picada de chitos.
El regreso a la troncal del Norte lo hicimos por el camino más largo, porque a pesar de estar a 800 metros de la misma, no le entendimos, al menos yo, a la señora de la tienda que nos explicó la salida, así que cogimos una salida de unos 2 kilómetros. Lo cierto es que a las 3 de la tarde llegamos a la troncal, concretamente al restaurante el Pandequeso, el mismo que nos sirvió como desayunadero en la caminata que hicimos a san Isidro.
Allí nos atendió el mismo dueño, más saludable que una aromática de apio y más empalagoso en el trato que secretaría de taller de mecánica:
Que van a almorzar los reyes
¿De que es la sopa?
Vea mi rey, tengo sopita de albóndigas, de fríjoles o consomé
¿Y de seco?
Vea papito tengo bandeja con cerdo, res y chicharrón.
¿Hay claro?
Eavemaría papá, que pregunta, ¿con que lo quiere pasar mi rey? ¿con bocadillito o panela¿
Que les provoca a los príncipes de sobre mesa?
Oiga don…por favor la cuenta,
Ya mismo papito.
Salidos de ese panal, y luego del delicioso almuerzo, porque pa´que decir lo contrario, y como el que anda entre la miel algo se le pega, les dije a los compañeros: bueno mis amores, pasemos al frente a espera buseta para Medellín.
A las 4 y 30 de la tarde ya íbamos rumbo para la bella villa en otra buseta de Coopetransa, estirando nuca en las sillas de atrás, más bien acompañados que Carlo Ponti. Después de dos horas de haber estrenado parte de la doble calzada, que en el tramo de regreso es triple calzada y de probar las galletas tipo wafer que Juanfer compro por bultos al paso por el peaje, llegamos a la estación Niquía donde tomamos el metro, seguros del triunfo del Nacional porque nuestra guía Natali, no la de Moscú sino la de Santa Rosa, no nos podía fallar, porque para eso se había puesto los cuquitos del color preciso.
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