La Unión – El Carmen de Viboral – San Antonio de Pereira

Asistentes: Luís Fernando Zuluaga Z, Jorge Iván Londoño M, Juan Fernando Echeverri C y Carlos Olaya B.
6 y 45 de una mañana engalanada con un sol radiante, tal como lo estaba la estación Estadio, vestida con sus adornos de navidad. Allí me encontré con Juanfer quien para no desentonar se vino estrenando su flamante morral, marca Totto, manos libres con seis cambios y tracción en las 4 llantas, con ventilación regulada, pito electrónico y nacimiento propio de agua; morral que hizo parte de los regalos recibidos con motivo de su reciente cumpleaños.
Montados en el gusano de la vida llegamos a la estación Exposiciones. Allí nos reunimos con el resto del grupo, excepto, en esta oportunidad, de Alberto Sánchez, el “kurdo” de nuestro grupo, quien nos había acompañado en las últimas 3 caminatas, por lo que ésta se haría en su honor.
Como vimos tanto comensal para viajar hacia el oriente, optamos por tomar un taxi e irnos a la terminal del Sur, donde contamos con mejor suerte, porque encontramos un taxi colectivo de la flota Rionegro en el que salimos hacia el municipio de La Unión, llevando como capitán y timonel a don Orlando López (el señor canoso que sale en las fotos) natural de Sonsón y quien por poco resulta ser primo noveno del “cariobispo”.
El viaje se hizo por la vía a Las Palmas, que actualmente se está adecuando para quedar de doble calzada, por lo que hay muchos obreros, escombros, maquinaria y volquetas sobre la vía, una de las cuales se fue saliendo a nuestro paso, lo que obligó a don Orlando a hacerle el quite maniobrando para la izquierda para evitar la colisión, situación que nos hizo tragar el cabo del susto y aflorar a todo pecho los madrazos de rigor para el irresponsable conductor, “negro tenía que ser”.
Luego del paso obligatorio por el municipio de La Ceja, tomamos la vía que lleva a La Unión, en la que comienza a vislumbrarse la vocación agrícola de todos los habitantes de esa región, principalmente por el cultivo de la papa, de la cual es el primer productor del departamento. Se destaca igualmente la producción de leche, hortalizas, flores para la exportación y de materia prima para la locería.
La Unión es un hermoso y tranquilo pueblo ubicado en el valle Vallejuelos, con gente muy dedicada al campo. A la hora de nuestra llegada, 9 de la mañana, había muy poca gente en el parque principal, máxime que no hay mercado porque el pueblo cuenta con su plaza de mercado aparte. El aseo se destaca en todas sus calles, ni una colilla para tirar un volador, y las casas, con sus puertas abiertas, son el reflejo de la tranquilidad de este poblado; tan tranquilo que cuando “Caliche” estaba armando su cámara al frente de la iglesia, se le acercaron dos agentes de policía a preguntarle que estaba haciendo y el ni corto ni perezoso les dijo que iba a tomar unas fotos a los “modelos” que estábamos posando en el atrio.
La iglesia es una de las más hermosas de las que hemos conocido, con sus columnas forradas en madera, sus dos naves formando una ele y un sobrio altar que invita a la reflexión por su imponencia. En el parque encontramos el monumento al tractor, vehículo que predomina en toda la región para las labores del arado, preparación del terreno y el transporte de la papa a los centros de acopio; podría decirse que en La Unión es más común el tractor que los mismos automotores.
El desayuno, que resultó almuerzo y comida a la vez, fue en el restaurante Paisa, que es la propia casa del señor Carlos Arturo Guerra, quien además de escritor y poeta, atiende personalmente a los comensales mientras su esposa manda en la cocina. El menú fue el siguiente, igual para todos:
- Recalentado (fríjoles, arroz y hogao) servido en plato individual, como dato curioso.
- Carne de cerdo a la plancha.
- Huevos de gallina montañera cresticolorada, revueltos con tomate y cebolla, como Dios manda.
- Arepa de pelao tamaño “paquenorepita”.
- Quesito del bueno y mantequilla de vaca, así se muera de la envidia mi cardiólogo Álvaro Escobar Franco.
- Chocolate hecho en aguapanela.
- Pan recién sacado del horno de la panadería de enseguida.
- Tajadas de papa como para no dudar que estábamos sentados en la mata.
- Bambucos y pasillos de los hermanos Martinez.
- Y de encima una hoja con el nombre de cada uno y un escrito a la vida, autoría de don Carlos.
¿La cuenta? Pues pa´ ustedes son diez y ocho mil pesos con el iva incluido. Le dimos veinte mil con la propina.
Con el corazón y la barriga repletos de alegría, nos enrutamos por la carretera veredal que nos llevaría hasta el Carmen de Viboral, en un recorrido de 19 kilómetros rodeados de pura vegetación, de cultivos de papa, tomate de árbol, invernaderos y ganado lechero compuesto por las mismas tetonas raza Holstein, muy allegadas a nosotros por nuestras caminatas a tierra fría. Una de ellas, demostrando su “inteligencia”, pastaba en un potrero ajeno, arrodillada sobre sus patas delanteras, para evitar tocar el alambre energizado.
Todo el recorrido se hace por la vereda La Madera, por una carretera destapada y estrecha, que sirve de ruta a los innumerables tractores que como gusanos van y vienen con su exquisita carga, papas en todos los tamaños. Todavía estamos calculando cuantos sancochos y cuantas papitas a la francesa, se pueden hacer con la papa que lleva cada trailer. Así mismo, le hacen competencia a los tractores los carros tanques de Colanta, que van recogiendo la leche en cada una de las fincas, leche que se pasa al tanque por medio de mangueras que tienen adicional un sistema especial de conteo de los litros. Antes las canecas se le tenían que subir al tipo que se paraba arriba del tanque a vaciar una por una.
Nos tocó la salida de algunos trabajadores de los invernaderos, todos en sus bicicletas. Las mujeres son monas, pecosas, cacheticoloradas y ojiazules, tan hermosas como las mismas flores que cultivan, pompones, rosas y boca de dragón. Así mismo queda ratificado que la motocicleta desplazó a los caballos para el transporte personal.
Paso a paso fuimos dejando los paisajes con todos los tonos de color verde que puedan darse. Los cultivos de tomate de árbol, que a lo lejos parecen un cementerio de cruces blancas, todo esto adornado de una hermosa mañana con un sol picante que obligaba a la hidratación permanente.
El plano se fue perdiendo y llego la cuesta para subir al alto La Madera, en cuya cima pudimos observar todo el casco urbano del Carmen de Viboral, rodeado por sus cultivos de flores. El descenso se hizo en medio de varios derrumbes y las historias contadas por Juanfer, sobre la suplantación comercial que alguna vez alguien hizo de su padre y del mismo Juanfer, lo que inclusive, casi le cuesta quedarse sin sus corotos ante el eminente embargo que logró conjurar al demostrar su inocencia. En un sitio de la carretera curiosamente nos encontramos dos cabras y un chivo amarrados a los palos, por lo que hicimos la obra de caridad de aprovisionarlos de agua en las ollas que tenia cada uno a su lado. Igualmente, nuestro fotógrafo Caliche volvió a desnudar un hermoso hongo, al parecer venenoso, y sin tener en cuenta el pudor del pobre ejemplar le fotografió toda su intimidad, trabajo que reposa en poder de ustedes.
En las goteras del pueblo hicimos la primera parada para la cerveza de rigor del “ojicontento” mayor, quien desde lejos, a través de su olfato puede distinguir el olor de su espumosa doña cervecita, como cariñosamente le dice, ritual en el que lo sigue acompañando “Caliche”, porque como dato curioso el “cariobispo” viene lo más de juicioso y ya lleva 2 caminatas tomando juguito, algo bueno se le pegó de don Graciliano, quien sigue fiel a su Tutti Fruti. Don Graciliano es el nuevo remoquete que me puso Juanfer, dizque porque critico algunas comidas, como son los chorizos de doña Marta, la señora del alto del Boquerón y las empanadas que nos comimos en San Antonio de Pereira al terminar esta caminata. Que hacemos pues, uno de tan buen gusto por la buena comida, no importa que sea de donde sea, pero eso si, agradable y de buen sabor. Otros se contentan con cualquier pezuña sancochada, así todavía traiga tierra entre los cascos.
Más delante de la fonda pasamos por el frente del estadero Mi Tacita, otrora paseadero de todos nosotros. Nos veníamos el día entero con nuestros hijos pequeños para montar en los brincos, toda una novedad en esa época, en los columpios y en los mataculines, a meternos en la piscina con esa agua tan fría y a almorzar una deliciosa bandeja paisa, la que incluía siesta en la manga sin recargo en la cuenta. De regreso comprábamos platos y pocillos para ir completando la vajilla de la muy afamada loza del Carmen.
Ya en las calles del pueblo se largo una lluvia que nos obligó a ponernos nuestras capas, pero que gracias a La Milagrosa, ante los ruegos de éste su fiel devoto, no ascendió a mayores. Como ya conocíamos el camino a San Antonio de Pereira, le jugamos escondidijos al parque principal y nos ganamos buen trecho, por lo que en un santiamén estábamos ubicados en la carretera que nos llevaría a nuestro destino final, o sea que nos esperaban 8 kilómetros para completar los 27 que comprendían esta caminata.
A las 3 y 20 de la tarde arrancamos oficialmente y comenzamos a recordar todos los sitios por donde pasamos en la caminada que hicimos el pasado 22 de octubre, en la que estuvimos acompañados por Alberto Sánchez, el musulmán del grupo y a quien extrañamos por su grata compañía. Obviamente cuando se recorre lo ya conocido, la ansiedad por llegar a determinado sitio se hace más patética; así las cosas “Caliche” decía: ya casi llegamos al altar de la virgen Milagrosa, el otro comentaba, miren el sembrado de eucalipto plateado, y así uno a uno nos fueron llegando los lugares o situaciones vividas en la caminata realizada, lo que dio pie para que el suscrito, a modo de tarea, fuera preguntando al grupo que sitio seguía o que momento habíamos vivido.
Eran las 5 de la tarde por lo que acumulábamos 7 horas de recorrido, entonces para mitigar el cansancio y la lesión de una de las rodillas de “Caliche”, llegó la hora de las trovas y de acabar con las manzanas, las peras, el granola y buena parte del agua. Entre trova y trova recibimos el detalle que tuvieron un par de hermosas niñas, al regalarnos unas flores a cada uno. Cuando llegamos a la ultima quebrada nos encontramos sentadas en su orilla a Marcela y a Paola, quienes fascinadas por las trovas, una de ellas dicha por Juanfer una cuadra antes de llegar, alusiva a lo que nos íbamos a encontrar, porque hasta adivino nos resultó el “cariobispo” éste, y muy alegres por las cervecitas que se estaban tomando seguramente desde temprano, sin ningún reato nos hicieron saber sobre su desaforado amor, y así, cogiditas de la mano y con muchos besitos juguetones en sus mejillas, nos acompañaron hasta llegar a las primeras calles de San Antonio de Pereira. Allí se encontraron un burrito con su dueño y Marcela, muerta de las ganas de montar y con sus pestañas bien paraditas le hizo ojitos al señor para que le regalara una montadita, pedido que no tuvo ninguna objeción. En ese momento nos despedimos de nuestras acompañantes en medio de la sorpresa y de muchos comentarios.
A las 6 y 15 de la noche llegamos a la Fonda del Recuerdo, la misma de las 45.000 canciones y que tuvo gran despliegue en nuestras crónicas. Allí despedimos la caminata con las cervecitas y los juguitos de siempre, pero sin ninguna picada. Luego pasamos a la zona del colesterol a comernos unas empanaditas que resultaron frías y sosas, por lo que ya están incluidas en la lista negra de don Graciliano, apoyado en esta oportunidad, gracias a Dios, por Calichemelitonrodriguez, quien no les dio el visto bueno.
Tomamos buseta hasta el centro de Rionegro, ciudad que ya tiene cuerpo de muchacha rondando las veinte primaveras, y allí contratamos taxi hasta Medellín. El viaje se hizo por la autopista Medellín - Bogotá, en medio de la lluvia y llevados de la mano de nuestra Patrona La Milagrosa, porque nuestro conductor de turno nos resultó algo “patialegre”, y para ajustar, alumbran más un par de velitas de torta de cumpleaños que las farolas del taxi en cuestión; menos mal que nuestro cliente se conoce al dedillo esa ruta.
Como siempre, “Caliche” apenas cierra la puerta se queda dormido, máxime que en toda la caminata no hizo sino cantaletiar por una hamaca para hacerle la siesta al “desayuno, media mañana, almuerzo, algo, comida y merienda” que nos pegamos en el restaurante de don Carlos Arturo. Pasadas las 7 de la noche llegamos a Medellín en medio de un aguacero que nos lavó las botas y los tenis, más no las alegrías de esta inolvidable caminata.